jueves, 26 de mayo de 2016

La línea que antecede a la muerte.


                                Autor de la pintura: Gustav Klimt "Las tres edades de la vida"/
                                Autora del texto: Irä.





Observo, impasible, el travieso juego de las pequeñas motas de polvo que revolotean alrededor de  los rizos de tu pestañas. En tus manos crecen multitud de flores de cementerio y tu boca se ha volteado extrañamente,  formando una insólita mueca muy similar a la que solías adoptar cuando algo te resultaba excepcional.

Ante estas circunstancias, profusos sentimientos  se agolpan en la boca de mi estómago, en el límite de mi garganta y en las profundidades más intrincadas de mi pecho. Y sin embargo, aunque sé que moran en mí, no soy capaz darles una forma definida. Supongo que es por ello por lo que esgrimo esta pluma cada día: el mundo se ha transformado en una masa ambigua, y yo, me aferro desesperada a recuerdos marchitos y la indudable certeza de que mi amor hacia ti es fecundo y duradero.

Espero ansiosa el repentino despertar de este letargo, que te arrastra por sombríos senderos en los que el eco de mi voz no tiene cabida. Sujeto tus manos entre las mías. Espero atenta un movimiento sutil o una tenue caricia.

Aunque este sueño incierto te aleja a pasos agigantados de mi lado, el roce de nuestras pieles sincroniza los oxidados relojes que nuestros pechos esconden. La misma maquinaria imperfecta que durante años hemos estirado, machacado, agrandado, roto, curado y atiborrado de insulsas pastillas para poder permanecer juntos durante otro escabroso tramo del camino.

Recuerdo un tiempo en el que, con ilusión y confianza, empoderamos  nuestras almas. Esos espíritus  que muchos tacharon de rotos y virulentos: volaron libres por el viento.
A pesar de todos los altercados con los que nos topamos a lo largo de nuestra relación, lo conseguimos. El combustible necesario residía en las proximidades. Y nosotros, voraces y salvajes, arrancamos la esencia vital del caer de la lluvia helada, del lejano trino de los pájaros y del ríspido roce de nuestros cuerpos excitados.

Siendo aún jóvenes y tiernos, construimos castillos utópicos que la realidad y los años, derrumbaron en un suspiro tóxico. Pero, pese a ello, nos mantuvimos firmes, pues sabíamos que aún poseíamos nuestros viejos esqueletos y la misma mirada del pasado; una mirada gestada en el reflejo del alma; complementaria y fulgurante.

Los años pasaron, la lluvia siguió arrastrando consigo todo aquel objeto descollante que consideraba prescindible. Los pájaros que en el albor de nuestra relación inundaron con sus cantos encantados nuestros oídos enamorados, dejaron paso a pequeños polluelos inexpertos. Nuestros cuerpos se volvieron lentos y pesados.  Pero, aún desprendían calor y emoción.

La vejez y sus grandes matices dispersos llegó a mí a través de un gran velo  asfixiante. Me consolabas con besos preocupados cada vez que el llanto abordaba mis ojos a causa de un torpe traspié, un achaque inexorable o el súbito olvido de dónde había dejado las llaves. Tus labios rozaban con mimo y paciencia los profundos riachuelos que hoy, decoran tristemente mis mejillas. Decías que tras esos pliegues ajados, aún aguardaba la carne firme y reluciente; que solo se trataba de un disfraz mal rematado.

Mi belleza había transmutado en tímido capullo. Y tú, con ese ímpetu inherente a tu ser que siempre admiré, regabas cada rincón deshecho de mi autoestima para que el capullo, despertara sus frágiles alas y se convirtiera en flor.

 Ahora, sumida  en la desgracia y la duda fulminante, me pregunto si algún día podremos volver a reír, llorar y recordar; juntos, una vez más. No puedo evitar pensar en cuantas veces en la vida dejamos el cariño y la atención a un lado para adentrarnos en el peligroso abismo de la monotonía. 

Todas estas familias que me rodean apresan en sus ojos la culpa y el anhelo; desean volver a pronunciar palabras envueltas en un paroxismo desbordante. Por supuesto, yo pertenezco a uno más de esos pobres entes que deambulan ojerosos por los pasillos. También a mí me corroe el regusto amargo de sentimientos que quedaron asentados en el tedio, y que ahora, se revuelven vehementes intentando alcanzar en un último sprint; la línea de meta que antecede a la muerte.


Aquí seguiré, mi fiel compañero. Día tras día sujetaré tus manos, besaré tu rostro y escribiré hasta que las fuerzas me flojeen. Preguntaré diversas cuestiones a las enfermeras; preguntas desprovistas de importancia. Solo lo haré para poder empaparme de algo que no sea tu débil respiración. Tras ese inciso, volveré a clavar mis ojos en tus párpados cenicientos; esperando, paciente, el momento propicio, en el que, esos dos pozos sepultados se abran,para un último adiós, antes del fenecer.



5 comentarios:

  1. interesante tu relato. La forma en que lo explicas cada detalle. Me gustó mucho.
    Besos

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  2. Gracias por pasarte por mi blog, ya te sigo, un saludo desde http://cronicasdeunapotterhead.blogspot.com.es/

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  3. ¡Hola! Soy Aurora, felicidades por el blog. Te he seguido y te agradecería mucho si te ayudas siendo mi seguidor. Gracias. http://eltiempoliterario.blogspot.com.es/

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  4. Estremecedor relato, a la vez tierno y realista, frío y dulcemente amargo. No tiene desperdicio.
    Enhorabuena por todo lo que transmites.
    Saludos.

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    1. Gracias :) Me alegro de que mi relato fuera capaz de transmitirte algo. Un beso.

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