Autora del texto: Irä.
Observo, impasible, el
travieso juego de las pequeñas motas de polvo que revolotean alrededor de los rizos de tu pestañas. En tus manos crecen
multitud de flores de cementerio y tu boca se ha volteado extrañamente, formando una insólita mueca muy similar a la
que solías adoptar cuando algo te resultaba excepcional.
Ante estas
circunstancias, profusos sentimientos se
agolpan en la boca de mi estómago, en el límite de mi garganta y en las
profundidades más intrincadas de mi pecho. Y sin embargo, aunque sé que moran
en mí, no soy capaz darles una forma definida. Supongo que es por ello por lo que
esgrimo esta pluma cada día: el mundo se ha transformado en una masa ambigua, y
yo, me aferro desesperada a recuerdos marchitos y la indudable certeza de que mi amor hacia ti es fecundo y duradero.
Espero ansiosa el
repentino despertar de este letargo, que te arrastra por sombríos senderos en
los que el eco de mi voz no tiene cabida. Sujeto tus manos entre las mías. Espero atenta un movimiento sutil o una tenue caricia.
Aunque este sueño
incierto te aleja a pasos agigantados de mi lado, el roce de nuestras pieles
sincroniza los oxidados relojes que nuestros pechos esconden. La misma
maquinaria imperfecta que durante años hemos estirado, machacado, agrandado,
roto, curado y atiborrado de insulsas pastillas para poder permanecer juntos
durante otro escabroso tramo del camino.
Recuerdo un tiempo en
el que, con ilusión y confianza, empoderamos
nuestras almas. Esos espíritus que muchos tacharon de rotos y virulentos: volaron libres por el viento.
A pesar de todos los
altercados con los que nos topamos a lo largo de nuestra relación, lo
conseguimos. El combustible necesario residía en las proximidades. Y nosotros,
voraces y salvajes, arrancamos la esencia vital del caer de la lluvia helada,
del lejano trino de los pájaros y del ríspido roce de nuestros cuerpos
excitados.
Siendo aún jóvenes y
tiernos, construimos castillos utópicos que la realidad y los años, derrumbaron
en un suspiro tóxico. Pero, pese a ello, nos mantuvimos firmes, pues sabíamos
que aún poseíamos nuestros viejos esqueletos y la misma mirada del pasado; una
mirada gestada en el reflejo del alma; complementaria y fulgurante.
Los años pasaron, la
lluvia siguió arrastrando consigo todo aquel objeto descollante que consideraba
prescindible. Los pájaros que en el albor de nuestra relación inundaron con sus
cantos encantados nuestros oídos enamorados, dejaron paso a pequeños polluelos
inexpertos. Nuestros cuerpos se volvieron lentos y pesados. Pero, aún desprendían calor y emoción.
La vejez y sus
grandes matices dispersos llegó a mí a través de un gran velo asfixiante. Me consolabas con besos
preocupados cada vez que el llanto abordaba mis ojos a causa de un torpe
traspié, un achaque inexorable o el súbito olvido de dónde había dejado las
llaves. Tus labios rozaban con mimo y paciencia los profundos riachuelos que
hoy, decoran tristemente mis mejillas. Decías que tras esos pliegues ajados,
aún aguardaba la carne firme y reluciente; que solo se trataba de un disfraz
mal rematado.
Mi belleza había
transmutado en tímido capullo. Y tú, con ese ímpetu inherente a tu ser que
siempre admiré, regabas cada rincón deshecho de mi autoestima para que el
capullo, despertara sus frágiles alas y se convirtiera en flor.
Ahora, sumida en la desgracia y la duda fulminante, me
pregunto si algún día podremos volver a reír, llorar y recordar; juntos, una
vez más. No puedo evitar
pensar en cuantas veces en la vida dejamos el cariño y la atención a un lado
para adentrarnos en el peligroso abismo de la monotonía.
Todas estas familias que me rodean apresan en sus ojos la culpa y el anhelo; desean volver a pronunciar palabras envueltas en un paroxismo desbordante. Por supuesto, yo pertenezco a uno más de esos pobres entes que deambulan ojerosos por los pasillos. También a mí me corroe el regusto amargo de sentimientos que quedaron asentados en el tedio, y que ahora, se revuelven vehementes intentando alcanzar en un último sprint; la línea de meta que antecede a la muerte.
Todas estas familias que me rodean apresan en sus ojos la culpa y el anhelo; desean volver a pronunciar palabras envueltas en un paroxismo desbordante. Por supuesto, yo pertenezco a uno más de esos pobres entes que deambulan ojerosos por los pasillos. También a mí me corroe el regusto amargo de sentimientos que quedaron asentados en el tedio, y que ahora, se revuelven vehementes intentando alcanzar en un último sprint; la línea de meta que antecede a la muerte.
Aquí seguiré, mi fiel
compañero. Día tras día sujetaré tus manos, besaré tu rostro y escribiré hasta
que las fuerzas me flojeen. Preguntaré diversas cuestiones a las enfermeras;
preguntas desprovistas de importancia. Solo lo haré para poder empaparme de
algo que no sea tu débil respiración. Tras ese inciso, volveré a clavar mis
ojos en tus párpados cenicientos; esperando, paciente, el momento propicio, en
el que, esos dos pozos sepultados se abran,para un último adiós, antes del
fenecer.
interesante tu relato. La forma en que lo explicas cada detalle. Me gustó mucho.
ResponderEliminarBesos
Gracias por pasarte por mi blog, ya te sigo, un saludo desde http://cronicasdeunapotterhead.blogspot.com.es/
ResponderEliminar¡Hola! Soy Aurora, felicidades por el blog. Te he seguido y te agradecería mucho si te ayudas siendo mi seguidor. Gracias. http://eltiempoliterario.blogspot.com.es/
ResponderEliminarEstremecedor relato, a la vez tierno y realista, frío y dulcemente amargo. No tiene desperdicio.
ResponderEliminarEnhorabuena por todo lo que transmites.
Saludos.
Gracias :) Me alegro de que mi relato fuera capaz de transmitirte algo. Un beso.
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